No hay nada como volver a los lugares de siempre, a la ciudad que un día fue tu hogar, para darte cuenta cómo has cambiado, mientras todo ha seguido igual.
El flujo de personas que vienen y van, mientras el tranvía parte siempre a la misma hora. Siete años después, la ciudad sigue estando como la recordaba. Tan viva, y tan bonita como siempre.
Hay viajes que se hacen, no para descubrir nuevos lugares, nuevas ciudades, sino para reconocernos y reencontrarnos con nosotros mismos. Con aquella persona que solíamos ser, una versión obsoleta de nosotros mismos que la vida nos hizo dejar atrás.
Hoy vuelvo a la ciudad en la que todo empezó, la ciudad de mis sueños, de las oportunidades, la ciudad que me acogió al abrir mis alas, en la que aterricé al iniciar mi vuelo.
Cuando llegué aquí, tenía toda una vida por delante. ¿Sabes esa sensación, cuando eres joven, de que todo está todavía por suceder? ¿De que la vida con la que sueñas está a un vuelo de distancia?
Hoy vuelvo, y me siento orgullosa de la nueva versión de mi misma que recibe la ciudad. La persona en la que me he convertido.
Miro a mi alrededor, me miro a mi misma y soy la persona que soñé ser. Todavía imperfecta, todavía en proceso, pero en el camino correcto.
No hay mayor satisfacción que volver a un lugar en el que fuiste feliz y disfrutar de los flashbacks que guardan los lugares, junto a aquellas personas que formaban parte de tu día a día.
Hoy, me siento en la librería Red, de la Piazza della Repubblica, a disfrutar de mi ultima colazione a Firenze: un café americano, con leche fría.
Y mientras escucho la ciudad ponerse en pie, los florentinos dándose los buenos días, los turistas admirando la belleza de sus calles, me siento afortunada.
La valentía de atreverse a vivir y a improvisar la vida. La felicidad de poder ser uno mismo, de tener tiempo para ti, de saber apreciar los pequeños detalles de felicidad.
Gracie Firenze, ci vediamo presto.
Becca Lago