
Me despierto a las 5:30 de la mañana, cuando ya empieza a amanecer. Y me siento bien. Me siento feliz de este viaje.
Ha sido un viaje de reencuentro conmigo misma, en la ciudad que fue mi hogar desde julio del 2014 a julio del 2015.
Un viaje de reencuentro con los recuerdos de aquellos momentos.
De recordar a las personas con las que los compartí. Y de reencontrarme con alguna de ellas y perdonar las locuras de adolescentes que cometimos.
Tú y yo nos reencontramos casualmente como esas cosas que suceden del destino. Serendipia. La última vez que nos vimos fue el año 2014. Ocho años después nos encontramos, frente a frente, en una callejuela de Florencia, cerca del Palazzio Strozzi, y caminamos hasta Santa Croce para tomar un café, servidos por un camarero cubano. Hablamos y nos ponemos al día sobre la vida, reímos. Un intercambio linguístico. Hablamos sobre el paso de los años, nos re-conocemos después de habernos desconocido. Son esas sorpresas que el destino se guarda bajo la manga.
Después de ello, yo me voy a admirar el tramonto en Santa Trinità. El punte que tantos recuerdos guarda en forma de fotógrafas y anécdotas.
Y como todo lo bueno, breve.
Ayer, volvimos a encontrarnos. Me escribes, bromeando, si me apetece que volvamos a tomarnos un café y yo acepto volentieri. Nos encontramos sul Ponte alle Grazie. Sopla un viento fuerte, son las 18:15 de la tarde. Caminamos hasta un bonito bar cubano junto al río desde el que se puede ver el atardecer.
Hablamos, reímos, te siento cómodo. Te digo si quieres que nos vayamos, pero dices que no tienes prisa, que cuando a mi me apetezca y luego me acompañas hasta la Piazza della Signoria. Eres un caballero italiano.
Despido a la ciudad, pasando frente a la orquesta que tocan en Piazza della Signoria.
Estos días han sido un regalo para mi misma. En esta bonita habitación de esta residencia universitaria. Me he sentido muy bien.
Guardaré los recuerdos de este viaje.
He echado de menos a las personas que ya no están aquí.
Perdemos a personas por el camino sin darnos cuenta de nuestros fallos, de nuestra forma de dejarlas de lado.
Todos los viajes nos cambian, ninguno de ellos nos deja indiferente.
Nunca somos la misma persona que se fue la que regresa.
Viajar es tomar el riesgo de cambiar.
Cuando dejas partir a alguien puede que esta persona nunca regrese; no físicamente sino personalmente.
La distancia que se crea entre dos personas, ese lapso de tiempo, ese paréntesis de acontecimientos, de anécdotas, de instantes, de recuerdos, hace que las personas dejen de ser las mismas.
Y es que volver a conectar conmigo misma, con lo que es importante para mi, con quien soy, con quien fui, con quien quiero ser, hace que, de la misma forma, se alejen de mi personas y situaciones que no me pertenecen.
Ahora quiero disfrutar de los recuerdos de este viaje.
Los viajes se viven tres veces: al planificarlos, al llevarlos a cabo, y al recordarlos.
Gracias Firenze.
Becca Lago