La vida Erasmus
Seguramente muchos de vosotros y de vosotras hayáis tenido la suerte, como yo, de poder participar en un programa Erasmus durante vuestra época universitaria, o, por el contrario, os lo estés planteando como una posibilidad. Me gustaría, desde mi opinión, hablaros sobre esta experiencia, y cómo lo que empezó como una aventura, se acabó convirtiendo en el mejor año de mi vida.
En el 2012 empecé a estudiar Psicología en la Universidad de las Islas Baleares. Para quien estuvo doce años en el mismo colegio, el salto a la vida universitaria es una experiencia cualitativa de crecimiento y desarrollo personal. El cambio de procedimientos, de entorno y tus nuevos compañeros y compañeras, así como, por fin, estudiar aquello que te gusta supone la salida de tu zona de confort a un nuevo espacio que resulta muy enriquecedor.
Durante mi primer y segundo año en la universidad cambié muchos hábitos en mi estilo de vida. Yo creo que la época universitaria es aquella en la que se produce una mayor apertura mental, y un mayor cambio a nivel personal, y, como conocemos los psicólogos, se desarrolla el rasgo de personalidad de la ‘apertura a la experiencia’, aquel que predispone al individuo a aventurarse, a experimentar, a descubrir y a tomar nuevos caminos en su vida.
Yo, entre otras cosas, me hice vegetariana, me tatué, empecé a tomarme más en serio mi afición a la fotografía y al cine, realizando varios cursos de formación, retomé el deporte, aprendí inglés, francés e italiano, me hice voluntaria de varias asociaciones, conocí el feminismo, algo que me fascinó y me declaré orgullosamente feminista, me aficioné al arte aun más, empezó a surgirme la curiosidad por viajar.
Además, la cantidad de personas increíbles con las que te topas durante la carrera, no solo tus colegas de facultad, sino también tus profesores, aquellos que, si son buenos, saben despertarte esa sana curiosidad por plantearte cuestiones que nunca antes habías pensado, dejando en ti una semilla que debes hacer crecer y convertirla en árbol, en conocimiento, y en pasión.
El apuntarme al curso de Italiano durante mi segundo año me hizo plantearme la cuestión de un Erasmus. Empecé a buscar información y finalmente tomé la decisión de pasar en la Universidad de Florencia mi tercer año universitario.
Tras todo el papeleo, empecé a buscar familias para trabajar como Aupair aquel verano del 2014 e ir familiarizándome con el idioma y con la ciudad. Me mudé a Florencia el seis de junio.
Creo que no hay mejor sensación que aquella de volar del nido por primera vez. Que encontrarte tomando las riendas de tu vida, lejos de tu hogar y mirar a los ojos a tu destino. Asomarte a la ventanilla del avión y vislumbrar una ciudad, aquella que va a convertirse en tu nuevo hogar, un paisaje que nunca antes habías visto, pero que tantas veces habías oído hablar de él. Como un sueño cumplido que ni siquiera sabías tener. Ese billete de avión te ha convertido, de inmediato, en el protagonista de la película de tu vida, de la mejor aventura que pudieras esperar.
Durante el fin de nuestra adolescencia y el inicio de nuestra juventud las despedidas no tienen todavía ese sabor agridulce y nostálgico, pues sólo vemos aquello que está a punto de comenzar, sin mirar atrás. De momento, la vida es solo un viaje de ida. Ves las lágrimas recorriendo las mejillas de quien dejas atrás, pero no te dan sino la fortaleza de echar a volar.
Dicen que saber que un padre o una madre ha triunfado en la educación de su hijo o de su hija es cuando éste o ésta tiene la valentía de poder volar, de descubrir el mundo y de tomar su propio rumbo, sin miedo, con fuerza. Crear ciudadanos del mundo, independientes y valientes de seguir el camino de sus sueños. Supongo que así lo vio mi madre.
Por ello, aterrizar en una nueva ciudad es algo que recuerdo como una de las emociones más intensas de mi vida. Solo aquello que nos da, en igual medida, ganas y miedo, es el camino correcto.
Debes estar preparado para dejar atrás personas que compartían tu rutina, incluso relaciones, aquellas que nos acompañaron desde nuestra adolescencia. Pero ese es el precio que debemos pagar por crecer. Debemos ser capaces de volar, de vivir, de cambiar, de avanza.Dejar atrás los recuerdos de una vida pasada, y a la persona que solíamos ser en ese entorno para poder descubrirnos, formarnos, rediseñarnos. Es tener la oportunidad de ser quien siempre habías querido y habías soñado ser. Es tu momento. Viajar es tener la oportunidad de ser esa versión de ti mismo que siempre has soñado.
Mis primeros meses en Florencia estuvieron cargados de nuevas experiencias, cursos de idiomas, amigos de muchas partes del mundo, independencia, excursiones, en un viaje en el que me descubrí a mi misma.
Las clases empezaron en octubre. Antes del inicio del curso, los estudiantes de intercambio hicimos una quedada para conocernos un poco mejor. Como casi siempre que viajas a una nueva ciudad, encontrarte con paisanos tuyos, es motivo de alegría.
Erasmus no solo es fiesta y desfase -que también, siempre a gusto de cada uno- sino que es tener la oportunidad de empezar a independizarte, de sentirte adulto por primera vez, de tomar tus propias decisiones, de experimentar la libertad de seguir tu propio camino, equivocándote y acertando en tus actos, pero saberte responsable de ello. Es empezar a ser la persona que te espera en el futuro.
Durante tu año Erasmus aprendes a ser tú mismo o tú misma. Alejado de la persona que solías ser influenciada por tu entorno, tu familia y el lugar en el que siempre has vivido, abandonando esos roles que desempeñabas, experimentas un gran crecimiento personal. Yo siempre creo que los momentos en soledad son cruciales para la introspección y el conocimiento de uno mismo, para desarrollar la creatividad y reflexionar. Yo tenía la suerte que, en la casa de la familia con la que vivía, a partir de las ocho de la tarde había un gran silencio y tranquilidad porque los niños se iban a dormir. Aprovechaba aquellas noches de entre semana para poder escribir, como siempre me había gustado hacer y para recopilar los conocimientos que poco a poco a poco iban colándose en mi interior como un reloj de arena, dejando un poso que aun a día de hoy permanece.
Mi año Eramsus fue una de las experiencias más enriquecedoras de toda mi vida, equiparable solo en parte al resto de viajes que le siguieron.
Durante aquel año, a parte de perfeccionar mi nivel de italiano a un C1, sacar sobresalientes en todas las materias que cursé y enamorarme, pude visitar un gran número de ciudades italianas como Roma, Pisa, Verona, Bolonia, Venecia, además de algunos pueblos como Arezzo, Castiglione della Pescaia, Siena, Montevarchi, Percara, Loro, de las que hablaré en otra entrada del blog.
Por ello, mi consejo es, sí, hazlo, vive esta gran aventura, pero solo si estás preparado o preparada para ser una versión mejorada de ti mismo cuando vuelvas. Como dicen, ‘nunca vuelve quien se va, aunque regrese’.
Becca Lago