24 horas en Paderborn: la ciudad de cuento alemana
Los layovers o noches fuera es algo que caracteriza la vida de los TCP. En la compañía aérea en la que yo trabajo, estos layovers son, casi siempre, en ciudades alemanas, como Múnich, Nuremberg, Dusseldorf, Hannover o Paderborn. Hoy os voy a hablar de esta última.
Aterrizamos en Paderborn y un taxi nos espera en la puerta para llevarnos hasta el hotel en el centro.
Durante los años anteriores nuestro hotel se encontraba justo al lado del aeropuerto. Un sencillo hotel de las afueras rodeado por verdes campos y pueblecitos a pocos quilómetros desde el que podías escuchar a los aviones aterrizar, desconectar por completo del bullicio de la ciudad y relajarte en una habitación tranquila y silenciosa. Solíamos llegar pasadas las 10 de la noche y la compañía nos invitaba a una cena de picoteo para toda la tripulación, preparada por el característico recepcionista: un señor alemán de unos cincuenta años, serio y formal, que apenas hablaba y mucho menos sonreía, pero era muy educado y servicial.
Embutidos alemanes, varios quesos para untar y una amplia variedad de panes, típicos del país, era una bonita forma de acabar un intenso día de trabajo con el resto de la tripulación. Risas, anécdotas, cerveza alemana y algo de vino, mientras poco a poco, uno a uno, nos íbamos despidiendo y dirigiéndonos a nuestra habitación. Al día siguiente, pasaríamos 24 horas de descanso en la ciudad.
Durante aquellos primeros años, me gustaba coger la bicicleta que el hotel tenía de cortesía para sus huéspedes y pedalear hasta la ciudad, pasando por los pintorescos pueblos vecinos de las afueras. Casitas triangulares, campos verdes, bosques frondosos y avenidas que parecían desiertas, pues no se veía a nadie por las calles. Desde las ventanas adornaban las medias cortinas típicas de la Europa protestante. En la época primaveral, abejas y avispas son los huéspedes principales de las cafeterías, panaderías y pastelerías, revoloteando a su antojo y comiéndose los dulces sin que nadie más que visitantes como nosotros reparase en ellas. Sus gentes viven acostumbrados a ellas.
Hoy, y tras el daño que hizo el COVID, el pequeño hotel del aeropuerto quebró, por lo que nuestro hotel ahora se encuentra en el centro de la ciudad.
Llegamos a las 5 de la tarde, cuando todavía no ha caído el sol. Dejo las cosas, me ducho y me cambio y me dispongo a recorrer la ciudad.
La ciudad atravesada por el río Paderborn, en el centro de Alemania es un lugar muy tranquilo. Pasear entre sus callejuelas del centro te llena de paz y de tranquilidad, transmitida por la serenidad de sus gentes. Cafés, bares y restaurantes de todo tipo, y tiendas de ropa es todo lo que puedes encontrar en el centro. Parques con riachuelos, donde patos y castores disfrutan de no ser molestados.
Recorro sus calles dejando que la ciudad me guíe. En el parque del centro de la ciudad los jóvenes se sientan a la orilla del estanque a jugar a cartas y a beber cerveza contemplando el atardecer. Hace buen día, por lo que disfrutan de los últimos días de verano antes de la entrada en el otoño. Pronto los días se acortarán y el frío ocupará sus calles.
Sin darme cuenta me siento en medio de una fábula, con sus casitas de colores, la sencillez de sus transeúntes y la tranquilidad de esta pequeña ciudad alemana de gran encanto.
Becca Lago