Abrazar el cambio
A veces la vida no cambia, se mantiene igual durante días, durante años, incluso. Hasta que un día, de la noche a la mañana cambia. Y todo tu mundo se pone patas arriba.
El cambio nos asusta. Podemos pasarnos la vida lamentándonos por nuestro presente, por nuestra rutina de la que deseamos huir, pero cuando se nos presenta la oportunidad de cambiar, de salir de ella, no siempre tenemos la valentía de aceptar ese cambio, de subirnos al tren de la oportunidad. Y es que en el continuo de la vida, comodidad y crecimiento son dos polos opuestos. No podemos crecer donde nos sentimos cómodos, necesitamos retos que nos empujen fuera de nuestros límites, para desarrollar nuevas habilidades, para tomar nuevos caminos. Y aunque sepamos que la vida es cambio, esos cambios no siempre son bienvenidos. Y aunque la mayoría de las veces no sabemos qué nos deparará la vida, hay dos cosas de las que sí podemos tener certeza: que la vida es cambio y que, al igual que nacemos, algún día tendremos que morir. Pero ambas cosas nos asustan.
La valentía no es ausencia de miedo, sino actuar a pesar de él. No dejarle a este tomar las decisiones, desaprovecharlas. Más vale arrepentirse por haber vivido que por no haber tenido la valentía de subirnos al tren que nos lleve a un nuevo destino, a una nueva versión de nosotros mismos.
Abracemos los cambios de guion que nos presente la vida, y confiemos en que tienen una razón de ser. No intentemos mantenernos rígidos durante las tormentas, aprendamos a bailar en ellas. Los robles, a pesar de su fortaleza, se quiebran durante las tormentas y los fuertes vientos por su rigidez. En cambio, los juncos, flexibles y moldeables, bailan junto a esta y mantienen su entereza esperando a que pase. Confían en que están donde tienen que estar, y aceptan los reveses, las tormentas, disfrutando de su vaivén.
Al igual que los metales, que al ser sometidos a una fuente alta de calor cambian su forma, pero no se destruyen sino que se remodelan, se adaptan, practicando la resiliencia.
Esta semana me he encontrado en una de esas situaciones. El final de los veintes viene acompañado de una interesante crisis de identidad. Quién eres, quién eres ser, quién has dejado de ser, en quién te estás convirtiendo, dónde has llegado, cómo es tu presente, a dónde quieres llegar en el futuro. Miras a tu alrededor, amigos que se casan, que se adentran en el sendero de la paternidad, cambios de trabajo, etc. Es una etapa de cambios, y los cambios, como comentábamos, asustan. Me gustan los momentos en los que el presente parece transitar y convertirse en pasado mientras recibimos al futuro. Y mientras abrazo el cambio que parece avecinarse, disfruto de mi presente.
Becca Lago
Preciosas palabras, como llegan al corazón!