El tiempo es un gran maestro, si le prestamos atención.
El tiempo me ha enseñado que hay batallas que no son mi batalla.
Que no por ser guerreros debemos combatir todas las batallas que nos rodean.
Que, a veces, rendirse y no luchar, también es una victoria.
Que valiente, también es, quien no entra en combate.
El tiempo me ha enseñado a distanciarme de aquello que altera mi paz mental.
A no dejar traspasar a ciertas situaciones la barrera de mi bienestar.
El tiempo me ha enseñado que crear un escudo contra aquello que perturba mi bienestar es también una forma de autocuidado.
Que no necesito cargar con las consecuencias de las decisiones de aquellas personas que me rodean -mi familia, mi pareja, mis amigos-.
El tiempo me ha enseñado a elegirme a mi misma.
El tiempo me ha enseñado a valorar los pequeños detalles. Los momentos mágicos en la cotidianidad.
Los días que descansamos -como los domingos-, nos asaltan pensamientos que nos incomodan.
Como los esguinces que duelen solo cuando, por fin, paramos.
La vida está hecha para fluir con el movimiento.
Valora aquello que tienes.
Valora la familia, la casa, el cuerpo, que tienes. El lugar en el que vives. De dónde eres. Quién eres. Tus virtudes, tus defectos. Tus peculiaridades. Tus experiencias. Y a las personas que quieren permanecer en tu vida. Y las que necesitan irse porque ya cumplieron su función. Puede que nada de ello sea perfecto, o creo, más bien, que la perfección no exista. Pero ¿no es mejor que aprender a querer lo que se tiene, que a tener lo que se quiere?
Becca Lago