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Lunes de otoño en Nueva York

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Lunes de otoño en Nueva York

 

Me despierto, de nuevo, con la imagen de los rascacielos aun iluminados de fondo. Desde mi habitación puedo distinguir claramente el Empire State, el edificio Chrysler, The Edge y todo el conjunto que adora Midtown y Downtown Manhattan. Como de costumbre, escribo junto a la ventana para empezar el día mientras veo amanecer.

Desde Astoria cojo la línea W. Mi siguiente parada es Church street, la estación de metro más cercana al monumento en conmemoración al 911.

Es temprano todavía. La cúpula del centro comercial me impresiona. Me dirijo a las enormes fuentes y acaricio la superficie sobre la que están escritos los nombres de las personas que padecieron y un escalofrío recorre mi cuerpo. Los turistas charlan animadamente y se fotografían junto a lo que para ellos es una atracción turística. Yo, guardo un minuto de silencio y observo el agua caer y perderse en la profundidad de aquella fuente sin fondo. Pienso en cuántas historias guarda aquel lugar. Cada nombre es un conjunto de relatos que se quedaron a medio vivir. Un padre, una madre, un hijo, una pareja, un amigo. Cuántas anécdotas a medio acabar, cuántas lágrimas derramadas y sueños que se quedaron por cumplir.

 

 

Tras ello me dirijo a uno de mis lugares favoritos: el Pier 17 frente al East River y Brookyn, antes de parar en un food truck: un café americano M para llevar.

Me siento en el muelle y escribo bajo el sol. Junto a mi, un barco de la marina noruega.

Tras varias horas escribiendo y disfrutando del lugar, entro en el mercado y me compro un plato de comida para llevar.

Cojo el metro, de nuevo en City Hall hasta Prince street. Me doy un paseo por las calles del Soho, llenas de galerías de arte, de bohemios y artistas que, junto a las galerías, decoran también sus calles, hasta que llego a Washington Square Park, donde me siento frente a una banda de jazz para comer. Jazz in the park, un lunes por la mañana. Un joven y moderno afroamericano parado frente a la fuente del WSQ con su cámara analógica junto a la banda de jazz invita a personas a hacerse un selfie. Frente a mi un desfile de transeúntes neoyorquinos al estilo del Soho. Al acabar, paseo por el East Village y el Ukranian Village hasta Lafallette avenue, donde paro a mi pausa café en La Colombe.

 

Más tarde iré al gimnasio y correré bajo la lluvia hasta la estación de metro frente a Little Italy.

El evento de Yoga en Bryant’s park queda cancelado por las condiciones meteorológicas adversas.

Admiro, desde el tren W en dirección a Queens las calles mojadas al atardecer. Siento como los días se acortan, dando paso al otoño.

 

Mientras me dirijo a mi apartamento, el arcoíris brilla al final de la avenida Broadway. La belleza está ahí, aun en los días nublados, lluviosos, si aprendemos a observarla. Incluso durante la tormenta podemos aprender a observar la belleza. Incluso bajo la lluvia, puede brillar el sol.

Sé que es una señal. Creo en las señales del destino. La vida me ha conducido hasta donde me encuentro ahora mismo. Meriendo sentada en la buhardilla de mi cuarto, admirando la luz dorada que baña la habitación, tiñendo de ese manto anaranjado cada objeto que toca. Me siento feliz. Corro calle abajo a admirar el atardecer frente al río, un día más. Mi último atardecer en Astoria, mi último atardecer en la ciudad.

El cielo rosado deja paso a la oscuridad y espero a los rascacielos iluminarse, hasta la llegada del último ferry. Admiro durante algo más de una hora los rascacielos frente al río en la tranquilidad de aquel parque en mi barrio que desemboca en el East River. Agradezco un día más.

Vuelvo a casa y antes, paso por el supermercado. El guardia de seguridad me choca la mano ‘hey how are you, you are very strong, good shoulders’ me dice riendo. Río con él, y me siento parte del lugar.

 

Me duermo, de nuevo, admirando los rascacielos iluminados al fondo.

Gracias, Manhattan.

 

Becca Lago


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