Solo permanece lo que se cuenta, lo que se transmite, lo que se convierte en historias, lo que narramos. Lo que nos guardamos se pierde para siempre en el olvido.
New York día 1:
Salí de camino a NY un miércoles 17 de agosto: PMI-EWR, los nuevos vuelos directos entre mis dos ciudades. Tras el primer intento fallido en julio (July 4th), lo intenté -y lo conseguí- de nuevo esta vez. Todo había cambiado mucho desde aquel 4 de julio hasta ahora. Acababa de empezar mis vacaciones del máster, y el verano no había hecho prácticamente nada más que empezar.
Julio trajo muchos cambios, había sido un mes intenso del que sentirme orgullosa. Nuevos proyectos como la exposición de fotografía de viajes, la entrevista en la radio, mi nueva etapa de coaching de empoderamiento, y la continuación de mis proyectos de escritura, mis libros y mi marca personal junto a los primeros ejercicios del cuaderno de transformación, la firma del convenio de prácticas del máster de psicología, el viaje a Sevilla y a Florencia, mágico, apuntaban agosto como un buen mes para irme de vacaciones.
Además, la reducción de mi jornada laboral me había dado mucho más tiempo libre para dedicárselos a mis proyectos. Por tanto, era un buen momento para ir. Eran mis merecidas segundas vacaciones a la ciudad de mis sueños.
Y así fue, esta vez sí, pude entrar en el vuelo.
La anécdota que siempre me hace reír son las preguntas que te hacen en el check in: dónde vives, descríbeme algo que haya por tu zona, cuál es tu propósito de ir a NY, dónde vas a alojarte, hasta cuándo, y el chequeo de la maleta.
22C. Genial, pasillo, así podré levantarme todas las veces que quiera. No como en el vuelo a Qatar, que apenas me dejaron moverme.
Veo varias películas: Beetlechus, Shreck… mientras escribo, emocionada por mi inminente llegada a NY.
Wifi gratis con United y conversaciones espontáneas con los caben crew -vaya yo llevo 5 años volando y ya creo que sea una eternidad, le digo a una de las cabin crew cuando me comenta que lleva algo más de 40 años volando en la misma compañía-.
Me regala una pizza a cambio del chocolate que les he traído.
Aterrizamos en el aeropuerto de Jersey a eso de las 3pm. Siento el jet lag, pues en casa serían casi las 9 de la noche.
Veo la ciudad de Jersey, Newark, de fondo. Rascacielos a lo lejos, y ya empiezo a ser feliz. Me encantan los rascacielos. Casi tanto como el mar. Y judíos ortodoxos en el aeropuerto. No sé por qué, siempre me ha llamado la atención el pueblo judío, sus vestimentas.
Llego al control de pasaportes. Hay una cola inmensa y no puedo evitar abrir la segunda de mis chocolatinas Milka que decido guardarme ‘por si acaso’. Empiezo a devorarla mientras espero.
Abren una nueva fila para mi y el policía me hace pasar. Es majo. Me hace varias preguntas y ríe sorprendido cuándo le digo que viajo sola.
You are so beautiful that I don’t want to let you go, me dice sonriendo.
Hablamos un poco, le pregunto sobre sus tatuajes -sobre la estatua de la libertad y sobre uno de ellos escrito en hebreo. Me cuenta que es de Brooklyn y que ama NY.
Me pregunta si no estoy casada, y ya me empiezo a sentir como en una película.
El policía del control del aeropuerto, aquel que decide si entras o no en el país ligando conmigo.
Me dirijo hacia la salida, y lo primero que veo, un Starbucks. Durante mis días en la ciudad veré un Starbucks en cada esquina y ya no me sorprenderé por ello.
Me dirijo al counter del transfer que he reservado para la ciudad.
Una amable mujer afroamericana que está terminando su turno me ayuda. Me dice de esperar ahí mismo, que pronto vendrá el chófer.
Look, she’s gonna stay alone here, because me I’m leaving and she doesn’t speech very good English le dice a la persona del otro lado de la línea y yo río para mis adentros.
Tal vez los neoyorquinos son como los parisinos, si no hablas su idioma con un acento perfecto fingen no entenderte, o más bien, ni siquiera lo intentan, creo que no les gustan los acentos.
Una hora y media después (17h) llega el conductor del shuttle bus. Es un hombre particular, gracioso, como salido de una comedia o de una sátira de Hollywood. Tiene un tic en el cuello que le hace inclinar la cabeza varias veces seguidas mientras conduce. Nos adentramos en la jungla del tráfico de Jersey hacia Manhattan. Creo que NY sería perfecto para mi, no me sentiría Mr. Bean entre los conductores, como me siento en casa. Todos conducen enfurecidos sus coches automáticos, insultándose los unos a los otros. Me hace reír, me siento muy identificada.
Empezamos a ver a lo lejos la gran ciudad.
Todos nos maravillamos ante el paisaje de fondo. Como mi hotel se encuentra en downtown, en la zona de Wall street, soy la última en bajar. Admiro las calles del centro mientras el conductor se pelea con las bicicletas: Be careful with the bikes, there’s so many bikes in the city and they don’t care, they drive like crazy! Me dice, y me hace reír. Un paseo guiado por las calles de Manhattan, desde Hell’s kitchen, pasando por Midtown, Times Square, Broadway blv, Greenwich village, y la marina hasta Wall Street. Me pregunta a qué me dedico: soy escritora, le digo.
- ¿Y sobre qué escribes? ¿En qué género te mueves?
- Escribo, sobre todo, ensayo, artículos de opinión, sobre temas que se relacionan con el crecimiento personal, el empoderamiento, la resiliencia. Al ser psicóloga combino mis dos pasiones. Aunque también suelo escribir prosa poética, género en el que tengo un libro publicado.
- Vaya, qué interesante. Admiro a la gente que es capaz de dar el paso y seguir sus sueños. Yo siempre quise ser escritor de guiones. De echo pasé una temporada en Hollywood siguiendo un curso de escritura. Todavía guardo un guion en el cajón, esperando la oportunidad para entregárselo a la persona idónea que lo lea y despegar. Llevo 15 años trabajando en esta compañía, como conductor, y vaya, el tiempo vuela.
Conversamos sobre los sueños, sobre la escritura, sobre la vida en los Estados Unidos. Él es de Boston pero se mudó a la gran ciudad hace unos años.
Al final, amas y odias NY a partes iguales. Es una locura, hay demasiada gente. Esa es su conclusión sobre la ciudad.
Llego al hotel: Doubletree by Hilton. Mi habitación está en el último piso, el 44, desde donde puedo ver Brooklyn a lo lejos. Y me siento genial. Voy a hacer algo de compra en el supermercado -pharmacy- de la esquina -22 dólares por una ensalada, una bandeja de fruta y dos botellas de agua, welcome to NY-. Dejo todo en la habitación y, antes de que anochezca -son algo más de las 7pm- me voy a dar un paseo hacia el centro. Junto a mi hotel se encuentra el famoso toro de Wallstreet. Un grupo de turistas lo rodea y se hacen fotos junto a él. Les observo y sonrío. Paseando por Broadway blv. Una de las principales avenidas que atraviesa la ciudad y conecta los principales lugares de referencia veo el Chrysler building a lo lejos. Food trucks y Starbucks pueblan las calles. Y como me gusta hacer, dejando que la ciudad me guíe, llego hasta el World trade center y el monumento conmemorativo a las Torres gemelas. Dejo que su ambiente y la sensación que se respira me invada. Me siento genial. Admiro los rascacielos ahora iluminados, el sentirte tan pequeña y a la vez tan grande en en su inmensidad. Estoy en NY, de nuevo, la ciudad de mis sueños.
Frente a mi ventana, dos grandes edificios de oficinas, y para dormir, South Park. No soy una persona a la que le guste mucho ver la TV, pero ¿a quién no le va a gustar verla cuando sus canales principales son HBO, FOX, Central Comedy…? Me quedo dormida, pero el sueño no supera a la realidad.
Becca Lago