Despedimos fervientemente un año más. Esperando -o exigiendo- que el año que viene sea mejor. Que nos dé todo lo que este no nos ha dado, todo lo que este nos había prometido. O todo lo que nosotros prometimos a este año que haríamos, pero escondidos tras excusas omitimos hacer.
Un año más se cierra, y como solía decir The Passenger en su famosa canción, solo le demostramos cariño o amor cuando se va, cuando sentimos que lo perdemos.
Ahora todos escribimos cartas a este año que dejamos atrás. Algunos agradecen los buenos momentos vividos y otros, miran atrás con recelo y rencor, reprochándole a este año todo lo que se ha llevado, todo lo que les ha arrebatado, como meras marionetas del destino.
Hay quienes el fin de año miran atrás y agradecen con orgullo todo aquello que vivieron, que avanzaron, que consiguieron, que celebraron.
Coleccionamos instantes, elaborando listas de todo aquello que hicimos, de los pasos que dimos, de los logros que añadimos a nuestra mochila personal.
Pero olvidamos que lo importante no es tanto aquello que hicimos sino cómo lo compartimos. Cómo hicimos sentir a las personas que teníamos a nuestro alrededor.
¿Cuántas veces perdonaste? ¿Cuántas veces te perdonaste? ¿A cuántas personas abrazaste? ¿Cuántas sonrisas compartiste? ¿Cuántas anécdotas creasteis?
La felicidad si no se vive hacia fuera se pierde, y se convierte en egoísmo.
Necesitamos crear ese balance entre aquello que es bueno para nosotros mismos y para los demás.
La paradoja de la vida es cómo encontrar ese equilibrio entre lo que hace feliz a uno mismo y lo que hace feliz al resto. En cómo cuidarnos sin descuidar a los demás y en cómo cuidar a los demás sin descuidarnos a nosotros mismos.
A este nuevo año le pido, una vez más, aprender a hallar ese equilibrio. Ese equilibro perfecto entre felicidad y cosas por hacer. Entre ocio y placer. En cómo encontrar felicidad haciendo aquello que tenemos que hacer. En cómo minimizar tareas, pensamientos, listas de cosas por hacer, autoexigencia, perfeccionismo y agendas llenas, para en cambio maximizar el tiempo, el bienestar, el compromiso -con nosotros mismos y con las personas que queremos y nos quieren-.
A este año le pido aprender a minimizar el perfeccionismo, la autoexigencia, la necesidad constante de hacer, para maximizar el ser, el bienestar, el sentirme suficiente, el tiempo para hacer aquello que me gusta, y compartirlo con las personas que quiero.
La forma de despedir un año es hacer un balance.
Todo aquello bueno que hicimos, los logros que conseguimos, los objetivos que cumplimos -aquellos con los que empezamos el año, y aquellos que fuimos improvisando a lo largo del camino-.
Todo aquello en lo que nos equivocamos, los errores que cometimos. Porque reconocer que nos equivocamos es un paso hacia el éxito personal. Dar espacio en nuestra vida a las emociones negativas, a la aceptación de nuestros fallos, es indispensable para disfrutar de una buena salud mental. La forma de afrontar esos errores es acompañarlos de enseñanzas. Transformar los fallos en aprendizajes para así, subir de nivel cuando aparezca la próxima oportunidad.
¿Qué nos enseñaron nuestros errores? Sobre nosotros mismos y sobre los demás. ¿Qué oportunidad de crecimiento y de aprendizaje me dio ese fallo? ¿Cómo habría podido actuado mejor? ¿Cómo intentaré actuar la próxima vez?
Minimizar la autoexigencia y el perfeccionismo, la intransigencia con nosotros mismos, nos dará la oportunidad para maximizar el bienestar, el disfrutar de las pequeñas cosas.
La vida no se basa en coleccionar listas de tareas por hacer completadas. No se basa en encerrarnos en nosotros mismos castigándonos cuando las cosas no salen como esperamos. Se basa en improvisar la vida, en hacer aquello que hace nuestra alma brillar y en compartir sonrisas con las personas que queremos.
A este año le pido minimizar el FOMO y el FOBO, pues solo así, seré capaz de apreciar lo bueno de cada instante. No podemos hacerlo todo, debemos renunciar a vidas, a personas, a caminos que no son para nosotros -en este momento-, y comprometernos con las elecciones que tomamos.
No siempre será nuestra aptitud, sino más bien la actitud lo determinará nuestro éxito, nuestra felicidad y nuestro destino. No podemos controlar lo que sucede a nuestro alrededor, pero sí podemos decidir cómo actuar ante ello, cómo responder, cómo afrontarlo.