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Un otoño en Alemania

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Un otoño en Alemania

 

 

 

Nuremberg, 9 de la mañana. Me despierto una mañana de mediados de otoño en el hotel cercano al aeropuerto. El sol empieza a salir tras la neblina de los días fríos y otoñales. Bajo a desayunar y disfruto de un desayuno continental, algo que no hago normalmente en mi día a día:

Huevos revueltos, salmón ahumado, queso cottage, pan, yogur y algo de dulce. Y cafés, uno tras otro. Observo a los hospedes del hotel y pienso en sus historias, qué les llevará a estar aquí. Mi vida es un constante viaje entre ciudades, destinos y nacionalidades. Me siento bien. Viajando, la vida no se me escapa. Acumular experiencias, anécdotas y vivir una vida llena de aventuras.

Vuelvo a la habitación y me preparo para empezar el día, escribiendo y leyendo. Recargando mis pilas del bienestar con aquellas actividades que me hacen sentir tan bien.

Una horita después, me voy a pasear. Recorro los campos cercanos al hotel y al aeropuerto y dejo que estos me guíen. Los girasoles observan al sol. Quien me conoce diría que, si fuese una planta, seguramente sería un girasol, por mi forma de exponerme a cada rayo de sol. Me hacen sonreír. Me cruzo con unas ocas que pasean junto a un lago. Y con varios locales que practican deporte entre los bosques. Altos árboles me conducen hasta un pequeño pueblo adorando con casas con techos triangulares y aceras llenas de hojas amarillas celebrando la llegada del otoño. Me siento en medio de una fábula. En el tranquilo y silencioso pueblo alemán, solo veo algunos habitantes que recogen y limpian las hojas de la entrada de su casa. Los pequeños pueblos alemanes de las afueras de las ciudades guardan una magia especial.

 

Un colega me escribe para jugar un partido de tenis en unas pistas que ha encontrado cercanas al hotel. Llegamos. Un señor mayor, de unos 70 años, que apenas habla inglés y con el que nos cuesta comunicarnos nos cede el espacio. Unas pistas de tenis en medio de un bosque, y una pequeña casita de madera donde parece vivir él. Olé. Un noruego que viene a pasar el invierno en Alemania huyendo del frio de Oslo. Solo vuelve en verano allí, nos cuenta. Le observamos limpiar las pistas de tenis con un mono rojo y una aspiradora que aparta las hojas anaranjadas.

 

Son las historias y las anécdotas de los viajes, las personas con las que te topas, las que hacen que estos valgan la pena.

 

Somos palabras, somos historias, somos recuerdos.

 

Becca Lago


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